Me veo obligado a escribir una pequeña entrada justo ahora, aunque no será la última porque me quedan cosas importantes que escribir y ahora no tengo tiempo.
Mañana por la mañana salgo rumbo a España, haciendo una parada en Tokyo y luego otra en Helsinki.
Parece mentira que hayan pasado doce semanas desde que vine aquí, y a la vez tengo la sensación de que fue hace mucho mas tiempo, porque aunque hayan sido casi tres meses, he aprendido muchísimo, he vivido chorrocientas experiencias diferentes, y he sentido tantas cosas en un tiempo tan comprimido, que da la sensación de que he estado mucho mas. De hecho creo que para esto, no sirven las unidades de medida convencionales, ni horas ni días ni leches, para expresarlo haría falta algo mas.
Siento la necesidad de hacer una especie de comparación entre el Fran de antes y el de después de esta experiencia, pero creo que necesito reflexionar largo y tendido sobre eso para poder escribirlo, porque ahora mismo en mi cabeza no tengo mas que una pelota gigante de sentimientos y emociones comprimidas, lo cual dificulta bastante mi capacidad de raciocinio.
El Fran de antes
El Fran de después
Solo puedo decir que me voy de esta tierra, pero que no me voy para siempre, es mas, parte de mí se queda aquí, y parte de aquí se queda en mí, no tengo ninguna duda.
Ahora mismo tengo ganas de llorar y de reir a la vez, un follón vamos.
Eso sí, siento que he disfrutado de mi estancia tanto como quería disfrutar, o más, y eso no significa que haya estado aprovechando cada minuto ni cada segundo de este viaje, puesto que reconozco que suelo ser un rayao del tiempo, y siento la necesidad de no malgastarlo nunca, pero si es cierto que los he saboreado. (Y de verdad, ni sentido figurado ni hostias, he comido como un cabrón y vuelvo pesando lo mismo).
Y tras esta melancólica despedida, hasta el próximo día cuando escriba la próxima entrada, espero que sea pronto, y espero que sea mientras me como un molletaco de jamón de bellota con queso de cabra malagueña y tortilla con aceite, y tomate resfregao con su pizca de orégano, felicidad máxima expresada en forma de bocadillo, los expresionistas no tenían ni puta idea.